La dependencia emocional que una persona adulta siente y experimenta de su familia o de algunos de sus miembros no es un problema de conducta menor. Las características de la dependencia emocional son más o menos similares en todos los casos, ya sea que se hable de dependencia de la pareja, amigos o familia.
El concepto ha sido abordado tímidamente desde la psicología. La dependencia emocional no está registrada en las categorizaciones específicas sobre los trastornos mentales y del comportamiento. No existe literatura científica suficiente que avale el concepto de forma pormenorizada y no hay un acuerdo sobre su especificidad.
En cualquier caso, el problema existe y ha sido clasificado como un trastorno de la personalidad por dependencia. Descrito en estos términos, se suma a los trastornos esquizotípico, esquizoide, paranoide y antisocial, entre otros.
Conceptualizado de manera general, el trastorno de la personalidad es un estándar continuo de desviación psíquica y de comportamiento, opuesto a lo esperado en el contexto social y cultural del sujeto. Se origina en la adolescencia o al comienzo de la adultez y se desarrolla, si no recibe tratamiento oportuno, de forma más o menos continua y crónica.
Cómo afrontar la dependencia emocional e importancia de hacerlo
Sin entrar en las profundidades de las terapias que se están usando para afrontar y tratar la dependencia emocional, los esfuerzos están en manos de los profesionales de la psicología, cuando la dependencia limita fundamentalmente la vida normal de la persona.
Entendido como un trastorno de la personalidad, los aspectos terapéuticos psicodinámicos, interpersonales y afectivos, deberán ser tratados especialmente, sin olvidar, aunque en menor medida, los ámbitos biológico, cognitivo y conductual.
Por ejemplo, la terapia cognitiva se ocupa de la dimensión cognoscente de la persona. Promover que el sujeto adquiera un autoconcepto positivo redunda, a su vez, en la dimensión afectiva. La conquista de la motivación personal redirige, a su vez, la dimensión interpersonal y psicodinámica.
Sacar a ese joven adulto de la dependencia de su madre o padre, por mencionar un ejemplo típico de dependencia emocional, conlleva un esfuerzo multidimensional de parte del psicoterapeuta. La ganancia de autoestima tendría consecuencias efectivas en el ámbito conductual, mediante una exposición social más activa.
El dependiente emocional de la familia es un sujeto temeroso de enfrentar las calles (dicho en términos abstractos); la intermediación social le produce ansiedad. Una fortificación de la autoestima hace que la ansiedad, en teoría, sea más manejable.
La conciencia de autovalor e individualidad y de autorreconocimiento cognitivo, influye en una percepción más objetiva de las emociones, al dar herramientas para el manejo de las emociones castrantes, como la ansiedad.
Desde luego, los tratamientos no son lineales y deben ser adaptados a cada caso; sin embargo la explicación anterior pretende dar una idea de cómo se desarrolla la lógica multidimensional de los tratamientos o enfrentamientos terapéuticos.
La importancia de afrontar la dependencia emocional es un asunto que, si bien puede venir acompañado de otras patologías mentales, no se cuestiona en el terreno de la psicología de la conducta. Bajo la dimensión psicodinámica, el terapeuta explora los procesos psíquicos que llevan a que la persona se conduzca, piense y sienta de una manera específica.
La terapia psicodinámica aborda la dimensión estructural del sujeto; es decir, eso que en abstracto implica el movimiento mental exteriorizado por reflexiones, apegos y conductas. Reconocer y recomponer esa estructura es el objetivo esencial de las intervenciones psicodinámicas.
Entonces, es de capital importancia saber las motivaciones internas del comportamiento atípico, donde influye la escuela psicoanalítica, pero bajo una perspectiva menos dogmática.
Detrás del dependiente emocional, existe una familia cuya estructura de roles es disfuncional. El psicólogo busca detectar esas carencias emocionales que dieron lugar a la dependencia. Además, explora las distorsiones patológicas que han conducido al sujeto a fijar su autoestima con base a la apreciación de terceros.
Es posible hallar sujetos dependientes de su familia aún cuando existe una relación de rechazo por parte de la misma, de forma similar a lo acontecido en una relación de pareja.
Es una tarea sistemática y de ningún modo fácil, pero estas exploraciones sirven para conformar una idea básica de la etiología y los motivos de la conservación de las características disfuncionales que comprenden la dependencia emocional.
Consecuencias de la persistencia de la dependencia emocional
Debe tenerse en cuenta que los atributos de personalidad solo se conciben como trastornos de la personalidad cuando son rígidos, des-adaptativos y constantes, y producen una disminución funcional o una indisposición subjetiva evidente.
La dependencia emocional obedece a un esquema de comportamiento sumiso y
excesivamente amoroso, vinculado con una patológica necesidad de recibir cuidados y aprobación de otra persona, que va más allá de lo razonable, de acuerdo a la edad y posibilidades de la persona.
Este trastorno debe ser afrontado porque constituye un obstáculo para el crecimiento multidimensional de los individuos. Desde la perspectiva cognitiva, la capacidad de juicio forma parte de las cualidades psíquicas más complejas, que implican decidir, elegir, comprender y valorar.
En el trastorno de dependencia el juicio del individuo se ve comprometido. El juicio integra las operaciones formales que aparecen y se refuerzan a lo largo del proceso psíquico que, a su vez, obedecen a la inteligencia y a las experiencias emotivo-afectivas.
Los dependientes emocionales de padre, madre, hermano, etc., surgen de modelos disfuncionales en los roles familiares y sistemas de crianza conflictivos. No es casual que este trastorno se desarrolle a partir de la adolescencia, cuando deben producirse ciertos procesos de quiebre interior y asunción de la autonomía psíquica, en varios niveles.
La crisis que implica este período, entre 13-16 años de edad, aproximadamente, puede ser resuelta satisfactoriamente o devenir en trastornos patológicos. El sujeto dependiente sufre una interrupción del proceso de madurez emocional, cognitiva, social y moral.
La madurez implica la asunción de capacidades propias y autónomas, la adaptación a una realidad particular y la admisión de compromisos, paralelamente al reconocimiento de las propias limitaciones y la capacidad para emplear, de manera creativa, las cualidades propias.
El hecho de que las personas adultas manifiestan comportamientos ansiosos y temerosos frente a su entorno y dependen de cualquier cosa de sus padres o familiares, constituye un obstáculo para su desarrollo emocional-existencial y social.
Ejemplos de dependencia emocional de la familia
El trastorno de la personalidad por dependencia se caracteriza por el miedo al abandono; si su objeto de dependencia (padre o madre, hermano, etc.) manifiesta su disposición de separarse del mismo o fallece, el paciente responde, en el primer caso, con el incremento de su obediencia y sumisión o, en el segundo, busca de manera inmediata otro objeto de dependencia que lo supla.
El joven adulto que experimenta el comportamiento dependiente se cree incapaz de funcionar apropiadamente sin la asistencia de los demás que, como se ha dicho, puede ser la madre o el padre o cualquier otro miembro de la familia.
En este contexto, es típico que el individuo dependa de un progenitor para decidir dónde ha de vivir, qué clase de actividad laboral debe llevar a cabo, con quién puede reunirse y cómo deben ser sus amistades, entre muchas otras decisiones cotidianas. La dependencia abarca incluso decisiones respecto a cómo vestirse, cómo usar su tiempo libre, qué y dónde estudiar.
Es tal el nivel de dependencia que la persona (adolescente y joven adulto) requiere el consejo de su familiar (regularmente de una persona) para determinar todos los aspectos regulares y extraordinarios de sus vidas.
Si bien es normal que un adolescente aún dependa económicamente de sus padres, los sujetos con este trastorno suelen manifestar serias dificultades para contrarrestar a su objeto de dependencia en cualquier circunstancia y nivel de existencia, porque temen perder su respaldo o beneplácito.
Es posible que los individuos puedan estar en desacuerdo con su objeto de dependencia; sin embargo, como se sienten inútiles para actuar bajo sus propios criterios y temen perder el cobijo que les hace sentir seguros, se mostrarán siempre de acuerdo con lo que decidan.
Esa falta de confianza en sí mismos se manifiesta en las tareas que le son adjudicadas. Por ejemplo, si el joven adulto le es encomendada la tarea de atender el negocio de su padre –el objeto de su dependencia- nunca tomará una decisión sin la ayuda del mismo. Por regla general, consideran que el padre es quien tiene el conocimiento y él es solo un instrumento.
A tal efecto, solo realizan las tareas de manera adecuada si son supervisados y aprobados por el padre. Aunque resulte paradójico, el miedo a ser abandonados o dejados a su libre albedrío, les impide actuar por iniciativa propia. La dependencia impide que el sujeto pueda adquirir destrezas propias para solucionar sus problemas, lo que perpetúa el trastorno.
A manera de conclusión
Las conclusiones deberían girar en torno a la necesidad de salir de la dependencia emocional bajo la asistencia oportuna de un terapeuta. Pero, esa intervención debe contar con la aceptación explícita del paciente y el concurso de la familia.
Las madres o padres sobre protectores son responsables en buena medida de que el proceso de maduración (cognitiva-emocional-social) no se cumpla de manera expedita en los adolescentes. La disfuncionalidad entonces debe ser vista más allá de la subjetividad del paciente.