El odio es un sentimiento muy negativo pero profundamente humano. Como sentimiento opuesto al amor, es devastador e intenso. El odio presenta, sin embargo, varias connotaciones, derivaciones semánticas, como la ira y el enojo, que suelen definirse paralelamente.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, el odio es un sentimiento de antipatía, disgusto, enemistad y aversión hacia un fenómeno, una cosa o alguien, que puede escalar al deseo de destruir o dañar a ese agente sobre el que se deposita ese sentimiento.
El sentimiento de odio persiste en el tiempo, estimula la venganza y se expresa como rabia y el deseo de destruir, hacer sufrir y dominar a ese sujeto u objeto odiado. En el juego de las metáforas, el odio es un fuego descontrolado.
La ira, por el contrario, es un incendio que surge como reacción ante una situación o elemento externo que produce molestia, pero que podría convivir con el amor.
El origen del odio es más profundo y difícil de afrontar con técnicas terapéuticas, debido a que ni siquiera el sujeto que experimenta el sentimiento de odio es consciente de la profundidad del mismo.
Como se puede apreciar, el odio es un sentimiento perseverante, en cambio la ira es una emoción, un sentimiento de rabia.
Aunque haya amor por alguien se puede sentir ira, porque la misma es la repulsión por una situación molesta y exasperante pero transitoria. Justamente, por la importancia de las personas queridas es lícito sentirse molesto en algún momento por alguna de sus acciones.
Por su parte, el enojo es reconocido como un estado emocional que puede cambiar en magnitud, dependiendo de la situación; desde una rabia intrascendente hasta una ira muy fuerte.
El enojo, como la ira, está relacionado con alteraciones emocionales y físicas. El enojo y la ira cambian la frecuencia cardíaca y la presión arterial, así como se elevan los niveles de adrenalina, entre otras hormonas.
La ira es un enojo que está fuera de control, pero en general son vistos como sinónimos. Como la ira, el enojo suele generarse por eventos del entorno o problemas internos. Son ejemplos: el enojo que surge por el comportamiento irresponsable de un hijo o la dificultad para llegar temprano al trabajo por el embotellamiento del tránsito, y el que surge por ansiedades personales por hechos pasados o presentes.
Consejos para deshacerse del odio, el enojo o la ira
- Reconocer cuál es el motivo del odio.
- Hablar con el sujeto que desprecia para contarle qué siente. Es una técnica que funciona aún haciendo el simulacro de que se halla frente a usted.
- Hacer el esfuerzo para ponerse en el lugar de la persona odiada y tratar de comprender, sin justificarlo, por qué actuó mal, aceptando que las personas se equivocan y cambian.
- Intentar liberarse de la actitud de juez, porque es lo que facilita que se sienta con el derecho de juzgar al otro. Ser juez no facilita la liberación de ese sentimiento negativo.
- Abandonar los pensamientos dolorosos, porque no dejan seguir adelante.
- Aprender a ver lo positivo ayuda a enfrentarse a otras situaciones con otra cara. No se puede andar por la vida marcando a las personas con el desprecio, es preferible ignorarlas.
- Abandonar todo deseo de venganza porque al final termina siendo una rebaja de los propios principios de corrección moral que se defienden. Debería aprender a perdonar por usted mismo.
Enojo e ira
- Practicar la relajación: aunque la práctica del yoga es ideal, si le cuesta practicarlo, es suficiente con que se tome unos minutos diarios para llevar a cabo respiraciones conscientes y focalizar su mente en cosas gratas, que puede ser una pieza musical de su agrado, sonidos de agua cayendo, música instrumental, etc.
- Cambiar la forma de comunicarse y los pensamientos mismos. No se trata de ocultar el enojo o reprimirlo, sino cambiar la actitud y las diversas maneras de interpretar las situaciones que suelen producirle enojo. Si lo piensa racionalmente no tiene sentido enojarse porque allí no está la solución.
Lo razonable es pensar que cada mente es un mundo y el uso de adjetivos descalificativos contra una persona o situación lo que hacen es estimular las conductas irracionales y el enojo.
- Evitar que el enojo se convierta en ira: dejarse abrazar por la ira no es la mejor alternativa que tiene. El cambio cognitivo antes descrito consiste también en tomar conciencia de que no es lo mismo exigir que desear. La frustración por exigencias no satisfechas llevan a la ira, en cambio cuando solo son deseos tan solo podrá sentir desilusión.
- Ampliar los puentes de comunicación antes de sentirse enojado. Hablar enojado casi siempre obstruye una comunicación asertiva. Por ello, es importante establecer relaciones personales robustas, según el contexto (familiar, matrimonial, laboral, amistad), para evitar a futuro malos entendidos y situaciones que propicien el enojo.
- Renombrar las situaciones conflictivas que le producen enojo mirando su lado humorístico. No se trata de burlarse de las personas, sino de imaginar que no todo tiene por qué ser tan trágico.
- Cambiar los horarios para hablar de asuntos como la economía familiar, las relaciones con sus hijos, los problemas del hogar: resulta útil el cambio de horarios porque los asuntos serios requieren de mentes descansadas. Es un error discutir los problemas cuando se está cansado o se ha tenido un mal día.
- No haga siempre lo mismo: no siempre la rutina funciona cuando se trata de vivir en una ciudad siempre congestionada. En ocasiones el humor cambia porque le es imposible llegar a tiempo al trabajo. Considere múltiples alternativas de transporte y quédese con las que no le producen contratiempos.
- Realizar actividades deportivas y recreativas como estilo de vida: la actividad física en cualquiera de sus categorías (correr, nadar, saltar, hacer pesas, etc.), modifica la forma en que se percibe el mundo, equilibra la energía entre mente y cuerpo, porque incide favorablemente en la compensación hormonal. Puede verse como un antídoto natural para evitar los episodios de enojo e ira.
- La catarsis emocional mediante el arte es una de las formas más eficaces para conseguir resultados inmediatos. No hay que ser artista para poner en un papel sus pensamientos y emociones en forma de diario o escritos sueltos; como tampoco debe ser dibujante, escultor o pintor para ensayar algunas formas en su tiempo libre. Ponerle nombre a los sentimientos o imágenes de rabia o enojo siempre resultará liberador.
- El enojo y la ira vienen acompañados de tristeza por algún tipo de decepción. Cuando se logra hablar de ello con alguien cercano (incluso con el terapeuta) ocurre una suerte de liberación y el asunto pierde gravedad.
- La vuelta a la sindéresis lleva al aprendizaje: una vez que se ha superado la ira, incluso el odio de largos años, viene el aprendizaje para no volver a engancharse en una situación similar. El autoconocimiento debe ser fortalecido para poder darle un giro interpretativo a las mismas situaciones que generaron su ira u odio.
- La ira como manifestación de la personalidad de un individuo adulto tiene múltiples causas de fondo, que incluso se remontan a las primeras etapas de la vida. Se suele decir <esa persona tiene problemas con el manejo de su ira> pero regularmente no es atendida por un psicoterapeuta, sino que se circunscribe a un asunto de personalidad. Incluso, la misma persona no reconoce que tiene un problema grave.
Por el contrario, las manifestaciones de ira crónica deben ser aceptadas por la persona que las padece y afrontadas con psicoterapia conductual y cognitiva, para reestructurar de manera dirigida los pensamientos y comportamientos.
A modo de conclusión
El conocimiento del cerebro alcanzado por la neurociencia y la neuropsicología ha permitido llevar a la práctica clínica nuevas herramientas que permiten el abordaje de las enfermedades en un con contexto de actuación más amplio.
Se sabe que el intestino es una suerte de segundo cerebro que se ve afectado por el estrés y que el hígado y la vesícula están relacionados con las emociones. De hecho, las enfermedades autoinmunes tienen una base común en estados de excitación nerviosa. El síndrome del colon irritable tiene un origen somático o de carácter neurovegetativo, propiciado por pensamientos y emociones negativas.
Incluso, el cáncer ha sido asociado a perturbaciones del temperamento. De allí que la frase <somos lo que pensamos y sentimos> cobra mucho sentido. Por ello, es fundamental hacer lo que se denomina higiene de la mente: fortalecer las ideas y emociones satisfactorias, sin caer por supuesto en falsas ilusiones.
Dos palabras resaltan en este proceso: autoconciencia y autocontrol. Para saber interpretar el mundo y que no afecte continuamente la paz interior, deben estimularse la autoconciencia y el autocontrol.
La autoconciencia es la facultad de observación hacia el propio interior para saber qué se siente y piensa y cuál es su origen.
El autocontrol es la capacidad para reflexionar antes de actuar. Supone un nivel de madurez, porque evita el desborde en acciones, expresiones emocionales y el berrinche, tan común en los niños. Gracias al autocontrol se logra sopesar el grado de reacción a un estímulo negativo.
Ambas cualidades sirven para determinar cómo actuar frente a algo o alguien que provoca una emoción fuerte, como el odio, el enojo o la ira.
Sin embargo, aunque el autocontrol y el autoconocimiento son fáciles de definir en un contexto discursivo, ponerlos en práctica requiere de madurez intelectual, emocional y, desde luego, interés. Si la vida le funciona con constantes cambios de humor y problemas de salud relacionados con sus emociones, no hay mucho que se pueda hacer.
El enojo, la ira y el odio son expresiones emocionales negativas, que afectan la salud general de las personas. Su gravedad se mide por su recurrencia y regularmente se explican por procesos de crianza conflictivos, relaciones paternas débiles, abandono, etc.
Al final, es una cuestión de conciencia y de amor propio, que ningún psicoterapeuta puede afrontar si no cuenta con el convencimiento y concurso de su paciente.